18 de abril de 2015

El rinoceronte y el megaterio (I).



Pimentel nos trae en este trabajo, que él clasifica de ensayo, un juego de analogía, una especie de enfrentamiento comparativo de dos historias que a simple vista no tienen relación alguna: la llegada del rinoceronte Ganda a Portugal en el siglo XVI y el descubrimiento del Megaterio en el XVIII. Un ensayo de "morfología histórica" que destaca por lo arriesgado de su planteamiento,  que se explica en las hipótesis y los objetivos planteados por el autor en la introducción del mismo, y por su brillantez tanto como trabajo de investigación como por el uso de una narración fluida y sencilla que hace de su lectura todo un placer. Es un libro que sirve para el aprendizaje –si no nos quedamos en lo aparente– a la vez que disfrutamos de su lectura. 

I. Paquidermo armado.

I. Itinerario. Pimentel narra de manera ¿casi novelada? el tortuoso viaje del rinoceronte, Ganda, desde la remota Goa a Portugal. Un viaje por dos océanos, tres meses, 120 días, en un barco donde el animal carecía de visión a la vez que agudizaba su audición lo cual, lejos de ser tranquilizador, advertía que se estaba adentrando no solo en un mundo desconocido sino también aterrorizador. El rinoceronte viaja en calidad de mercancía, es una víctima más del tráfico de objeto exóticos entre Oriente y Occidente. En palabras de Pimentel: "Su estatus transita entre lo humano y lo no humano. Es un ser vivo pero también un objeto [...] y como todos los productos de la voluntad de almacenaje de Occidente, está experimentando lo que significa el tráfico.." Su arribada a Europa se explica desde la economía del don. Ganda es un obsequio. El sultán de Cambay se lo había regalado al gobernador de Portugal Alfonso de Albuquerque para apaciguar la ira de este ante la imposibilidad de hacerse con todo el terreno que él quería. En este contexto, además, hay que tener en cuenta en el proceso de sustitución que se produce tras el descubrimiento de la ruta africana para llegar a la India, a saber, la que hizo que Venecia quedara en segundo plano frente a Portugal, que ahora se convertía en la cabeza del negocio con Oriente. Albuquerque regaló Ganda al rey Manuel I quien, a su vez, decidió regalárselo al papa León X, en un proceso que Pimentel define como "Dar, recibir, entregar". De nuevo no fue una entrega desinteresada, Manuel I pretendía con su regalo que el papa le apoyara en el nuevo reparto del mundo que se estaba llevando a cabo en Zaragoza. De nuevo Ganda se puso en camino, esta vez para ir a Italia. Un nuevo periplo que lo llevó a Marsella donde fue visitado por el monarca francés Francisco I y que le llevó a su trágico final, pues el barco de Ganda naufragó frente a las costas italianas. No hubo supervivientes. 

II. Palabras. Pimentel inicia este segundo capítuli haciendo referencia al conocimiento que tenían los europeos sobre un animal como el rinoceronte. En este sentido dice: "Lo que se conocía y se esperaba de un rinoceronte era tan poco que no ofrecía dudas. Las escasas noticias que se tenían pesaban sobre su reputación y su fisiología como algo inevitable". Del rinoceronte se conocía lo que habían dicho los clásicos, y el hecho de que a su llegada lo enfrentaran con un elefante demuestra hasta qué punto la historia natural del Renacimiento dependía de lo que habían dicho autores como Plinio o Estrabon, una historia natural donde primaba lo que estaba escrito. El enfrentamiento, además, "es una forma de entender qué es un ser vivo [en la Edad Moderna], cómo se le conoce, qué se espera de él, cuál es su cometido". La lucha no era más que un experimento para saber si era verdad la enemistad natural de estos animales que tanto proclamaban los antiguos. La figura del rinoceronte, por tanto, estaba vinculada a la historia de las prefiguraciones de Oriente. Una última puntualización en este capítulo es la vinculación casi inevitable que durante mucho tiempo  se produjo entre el unicornio y el rinoceronte. 



III. Grabado. Pimentel narra en este capítulo la curiosa historia del grabado del rinoceronte de Alberto Durero, haciendo especial hincapié en un tema que lleva interesando al autor un tiempo: las relaciones entre ciencia y arte. Durero fue uno de los artistas más destacados en materia de ilustraciones zoológicas y botánicas. Fue un ejemplo de artista ad vivum, es decir, que dibujaba la naturaleza tal y como la veía, la experimentaba, siguiendo la corriente epistemológica del periodo que abogaba por la observación directa del fenómeno retratado. Sin embargo, resulta curioso el hecho de que Durero nunca viera al rinoceronte, al menos no a Ganda, protagonista de su dibujo. Tuvo acceso a una carta de Valentin Fernandes y a un dibujo que a lo acompañaba. En palabras de Pimentel: "El rinoceronte de Durero es el resultado de un testimonio transferido, delegado". Un grabado que nos habla, además, de las relaciones –principalmente comerciales– entre Lisboa y Nuremberg. Durero copió o se inspiró en una imagen que desapareció para dibujar este animal extraordinario. Probablemente también copió el texto que acompañaba al grabado. En la imagen se puede apreciar a un animal prehistórico que transita entre lo orgánico y lo inorgánico, una imagen donde se funde la evidencia del paquidermo asiático y las adherencias anatómicas del unicornio y los reptiles. La imagen del rinoceronte de Durero fue infinitamente reproducida y eso provocó que el dibujo imperara sobre la realidad, incluso cuando muchos viajaron a la India: "El grabado es una tecnología hecha para gobernar el mundo y domesticar la mirada". La producción del grabado también implicó una ¿degeneración? pues Ganda pasó de ser un ser vivo a un producto que se acerca a las masas y que es producido para la masas gracias al arte y la tecnología: "la copia sustituye al orginal". El rinoceronte de Durero, idealizado y metalizado, acabó por convertirse en el modelo a reconocer e imitar, un hecho multiplicado por la rareza del animal y las pocas posibilidades de contrastarlo con el original o con otras imágenes. Copias del grabado de Durero aparecieron en las grandes obras de historia natural del periodo como la de Münster, Gessner, Thevet, etc. Su imagen fue clave para la historia natural renacentista. 

Fuente:

Pimentel, Juan: El rinoceronte y el megaterio, un ensayo de morfología histórica, Madrid, Adaba editores, 2010.

16 de abril de 2015

Mujeres científicas (II): Émilie du Châtelet y la física.

Émilie du Châtelet retratada por Maurice Quentin de La Tour

Gabrielle Émilie Le Tonnelier de Breteuil, marquesa de Châtelet  nació el 17 de diciembre de 1706 en París, hija de Louis Nicolas Le Tonnelier, barón de Breteuil, y de Gabrielle-Anne de Froulay. Su padre era introductor de embajadores de Luis XIV y contaba con antepasados en la magistratura y en las finanzas. Se casó tardíamente con la madre de Émilie y antes de ello mantuvo un largo y apasionado romance con Anne Bellinzani, una inteligente mujer interesada en la astronomía, con la que tuvo una hija ilegítima, Michelle. El barón de Breteuil, además, fue amigo de filósofos y en su salón de París recibía frecuentemente a científicos y matemáticos como Bernard de Fontanelle. Algunos de los personajes que visitaban a la familia, como Mme de Mézières, animaron a Émilie a desarrollar sus facultades intelectuales. Este hecho hizo que Émilie lograra gozar de mayor libertad en la elección de sus compañeros intelectuales, al contrario que otras mujeres de su tiempo como Margaret Cavendish. Aunque esa libertad no impidió que se casará por consideraciones de rango, ya que con 19 años contrajo matrimonio con Forent-Claude, marqués du Châtelet y conde de Lomont, un oficial del ejército perteneciente a una familia ilustre pero muy empobrecida de Lorena.

Después del matrimonio convencional que se esperaba de una mujer de su posición y de tener tres hijos, los intereses de Émilie se centraron de forma creciente en la ciencia. Conoció a Voltaire en París en 1733 y, aunque estaba casada y tenía una buena relación con su marido, desarrolló una relación cada vez más íntima con Voltaire, la cual había de durar el resto de su vida. Las aristócratas de esta época disfrutaban de ciertas libertadas en asuntos de amor; las relaciones extramatrimoniales, si bien no eran alentadas, de hecho eran toleradas. En 1734, las Cartas filosóficas de Voltaire, publicadas en secreto, fueron confiscadas, denunciadas y quemadas públicamente. Bajo amenaza de detención, él y du Châtelet se retiraron al château de Cirey, una finca que les sirvió de refugio. 

En Cirey, Émilie dio comienzo a sus estudios filosóficos sistemáticos. Voltaire, que había desarrollado un gusto por la física newtoniana durante su estancia en Inglaterra en 1728, le presentó a ardientes newtonianos franceses. Hasta 1737, ella, al igual que Voltaire, apoyó a los newtonianos franceses en su lucha contra los cartesianos de la Académie Royale des Scienses. Bajo la tutela de Pierre Maupertis, que accedió a darle clases de álgebra como favor personal en 1734, pronto superó a Voltaire en matemáticas y físicas. Cuando Voltaire empezó sus Elementos de filosofía de Newton en 1736, Châtelet le proporcionó los conocimientos matemáticos que le faltaban. Este periodo marcó la culminación del entusiasmo puramente newtoniano en Cirey. 

En 1737, la Académie Royale des Scienses anunció una competición con premio sobre la naturaleza del fuego y el calor. Voltaire decidió participar, había instalado en Cirey un magnífico gabinete de física equipado con todo tipo de instrumentos. Aunque en un principio colaboró con Voltaire en su ensayo, Du Châtelet decidió en último momento redactar y enviar su propio trabajo, en el cual argumentaba en contra de muchas de las ideas de aquel. Lo hizo sin el conocimiento de Voltaire. Temiendo enojarle, le ocultó su trabajo, escribiendo en secreto por la noche; se mantenía despierta metiendo las manos en agua helada. Su trabajo, a diferencia del de él, se realizó fuera del laboratorio. Como no quería despertar sus sospechas, no volvió al laboratorio para comprobar sus hipótesis. Solo cuando supo que ninguno de ellos había conseguido el premio le reveló su autoría. Aunque ninguno había ganado, Voltaire dispuso que las memorias de los dos fueran incluidas en la publicación de la academia junto con las de los ganadores.

Con esta competición, Èmilie empezó a distanciarse intelectualmente de Voltaire. Había llegado a desconfiar de su radical postura antimetafísica. En este momento, siguiendo sus creencias de que la ciencias naturales estaban incompletas sin algún fundamento metafísico, empezó a trabajar en sus Institutions de physique, en principio concebidas como un libro sobre los principios de la física newtoniana para la instrucción de su hijo, Louis-Marie. De nuevo trabajó en secreto. Había dispuesto que una de sus amigas íntimas llevase la obra al censor y al impresor, a fin de conservar el anonimato. A pesar de ello, la necesidad de obtener comentarios sobre su obra le llevó a mostrarla a Maupertuis, el único de sus amigos que ella consideró capacitado para leerla, no obstante se la presentó como su fueran simples ejercicios en vez de los futuros capítulos de un libro.

La crítica que le hizo su amigo de sus matemáticas le indujo a empezar a buscar un tutor que pudiera concederle más tiempo. Contrató a Samuel Köning que la introdujo en la metafísica leibniziana, donde encontró el marco metafísico que estaba buscando. Köning, sin saber nada tampoco de su obra, le ayudó a rehacer todo el manuscrito hasta que, en noviembre de 1739, vio casualmente algunas pruebas enviadas por el impresor. Considerando que el cargo de tutor estaba por debajo de su dignidad, Köning reveló su autoría en vísperas de la publicación, difundiendo la historia de que él era el verdadero autor, que ella se había limitado a copiar sus notas y  a enviarlas el impresor como obra suya. Cuando este se fue, Émilie no pudo encontrar otro tutor en quien confiar, de modo que terminó el libro sola y lo publicó anónimamente a finales de 1740. 

Tras el fracaso con Köning, volvió al proyecto de presentar las obras de Newton al público francés, la obra por la cual sería más recordada. Su traducción de los Principia mathematica de Newton con un comentario, publicada tras la muerte de Du Chêlet, sigue siendo hoy en día la traducción francesa estándar de esta obra. En 1749 fue a París a concluir su comentario y suplemento teórico en colaboración con Clairut. Sin embargo, pronto descubrió que a sus cuarenta y dos años estaba embarazada del poeta marqués de Saint-Lambert, al que había conocido en la corte de Estanislao. Murió de fiebre puerperal unos días después de dar a luz a su hija (la niña también murió). Antes de morir había confiado el manuscrito de su traducción anotada al bibliotecario de la Bibliothèque du Roi de París. Apareció en 1759 y sigue siendo la única traducción francesa de esta obra. 

"Èmile du Chátelet es probablemente la científica más conocida del siglo XVIII. Conocida por sus contemporáneos como Èmilie, un nombre popularizado por Voltaire, su reputación se basa tanto en su liason con él como en sus propios logros científicos. Como observó un contemporáneo: las mujeres son [...]como las naciones conquistadas [...] toda la originalidad, grandeza y en ocasiones genio que posean se considera solamente como reflejo del espíritu del hombre famoso al que amaron" (p. 101)

Fuente: 

Schiebinger, Londa: ¿Tiene sexo la mente? Valencia, ediciones cátedra, 2004. Traducción de María Condor. pp. 95-101.