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27 de diciembre de 2015

Carlos V, el César y el hombre



Hace ya bastantes días que terminé mi lectura de Carlos V, el césar y el hombre por Manuel Fernández Álvarez, pero por un motivo u otro no he encontrado el momento ni la predisposición para hacer una pequeña reseña de una obra que yo considero de obligada lectura para el conocimiento de la figura de Carlos V.

Carlos V, el césar y el hombre siempre ha sido para mí uno de esos libros "eternamente pendiente" de lectura, y no ha sido hasta precisamente la emisión de Carlos, Rey Emperador (cuya opinión podéis leer pinchando aquí) por parte de Televisión Española cuando me he animado a hacerlo. Cuesta ser parcial ante la obra de uno de los historiadores más admirados por todos los modernistas, pues sí, también los historiadores tenemos a nuestros referentes y Manuel Fernández Álvarez lo es para mí como lo es para muchos otros historiadores de la Edad Moderna española (junto a Geoffrey Parker); no obstante, trataré de hacer un acercamiento a esta obra lo más objetivamente posible. He de añadir, además, que no es el primer trabajo de Fernández Álvarez que leo, ya que en su día hice una lectura de las biografías de Isabel la Católica, Felipe II ,y Juana la loca y pese a que no todas me gustaron de la misma manera, sí que admiré el trabajo del autor.

Esta extensa biografía es, en mi opinión, el mejor acercamiento a la figura de Carlos V. En primer lugar, por el extenso trabajo documental llevado a cabo por Fernández Álvarez durante tantísimos años de carrera. Este hecho no es una sorpresa para mí, ya que en las biografías anteriormente mencionadas también se observa esta labor documental; no obstante en esta biografía dicha labor parece haber sido aún mayor si nos atenemos a lo que el mismo autor indica en la introducción de la misma. En ella, Fernández Álvarez no solo hace referencia a su conexión profesional -y si se quiere también personal- con la figura del César, sino también a todo el esfuerzo realizado para estar al día de los estudios publicados sobre dicha figura, tanto a nivel nacional como internacional. Cita, por ejemplo, algunos estudios considerados "básicos", crónicas y relaciones de la época, biografías publicadas en español y en otros idiomas, estudios monográficos, etc. Fernández Álvarez deja claro, por tanto, que presenta al lector todo el trabajo de su vida y al leer la obra no queda duda de ello. 

En segundo lugar, Carlos V, el césar y el hombre, pese a su extensión, se presenta como una biografía increíblemente amena de leer y ello se debe a la pluma de Fernández Álvarez. Ya he mencionado en más de una ocasión que su forma de escribir es muy personal, cercana al lector, alejada del lenguaje académico profundamente encorsetado que en ocasiones apreciamos en este tipo de trabajos. Obviamente esta forma de escribir no gusta a todo el mundo, pero sí que es una manera de atraer a los lectores más neófitos, es decir, a aquellos lectores que no están acostumbrados a leer libros de historia, pero que se sienten atraídos por este personaje en particular y quieren saber más. De esta manera, la biografía se presenta como una obra que pueden disfrutar tanto los lectores acostumbrados a leer Historia como los que no. Es una biografía que permite disfrutar a un alto número de lectores sobre la vida de uno de los personajes más fascinantes del siglo XVI.

En último lugar, junto a lo ameno de la lectura, la biografía se me presenta altamente pedagógica. Está estructurada para que el lector disfrute, pero también para que conozca aún más la figura del Emperador y, en cierta manera, su contexto. Que conozca al rey, sí, pero también al hombre. Está dividida en seis grandes partes; en la primera trata en cinco capítulos los primeros años de vida del Emperador, su educación en Flandes bajo la supervisión de su tía Margarita, la llegada a España, los problemas para hacerse querer entre los castellanos y los aragoneses, las comunidades de Castilla y su nombramiento como Emperador. La segunda parte trata en cuatro capítulos lo que Fernández Álvarez llama "proyecto imperial" en relación a ideas, hombres y recursos. En la tercera parte trata en seis capítulos la hispanización de Carlos tras su regreso de Flandes, las primeras guerras contra Francia y la boda con Isabel de Portugal. En la cuarta parte trata en nueve capítulos su deseo de convertirse en cruzado mediante guerras contra el Islam, en Viena, en Túnez y la creación de la Santa Liga. En la quinta parte trata los problemas con sus dominios en el norte de Europa y su posterior abdicación. En la última parte, trata de su retirada a Yuste y su muerte. Una biografía con un claro orden cronológico, pero en el que se van repitiendo ideas para que el lector no pierda el norte en una u otra situación, y en el que se van haciendo hincapié también en la ideología política el Emperador.

Y aunque hasta ahora todo han sido alabanzas hacia una obra que considero esencial, si he de hacer alguna mención a las pegas que pongo a esta biografía sería, sin duda alguna, la excesiva admiración que el historiador madrileño exhibe hacia la figura de Carlos V. Nada que reprocharle, al fin y al cabo es imposible no "querer" a un personaje al que ha dedicado gran parte de su vida profesional, pero que sí que puede poner bajo cuestionamiento alguna de sus reflexiones. Es similiar a lo que le ocurre con Fernando el Católico, por el que profesa una evidente antipatía tanto en la biografía de Isabel la Católica como en la de Juana la Loca. Asimismo, en lo que se refiere principalmente a la narración, sí que se me hizo algo pesada la repetición de ideas y algunos hechos, necesarios para un lector poco acostumbrado a leer biografías, pero algo cansinas para los que tenemos algo de experiencia.

A modo de conclusión, insitir en el hecho de que Carlos V, el césar y el hombre me ha parecido una obra esencial para conocer a la figura del Emperador. Documentación excelente, narración amena e indudablemente pedagógica.


30 de noviembre de 2015

Las mujeres del Emperador II (Isabel de Portugal)

La emperatriz Isabel de Portugal, Tiziano (1548). Museo Nacional del Prado (Madrid)


Hace algunas semanas decidí inciar una serie de entradas dedicadas a las mujeres del Emperador, esto es, Carlos V, a raíz de la importancia que el historiador Manuel Fernández Álvares daba al sector femenino de Carlos. Hablé en primer lugar de Margarita de Austria, la tía del Emperador y su mejor aliada en el gobierno de los Países Bajos. En esta entrada os traigo otra mujer, no menos importante que Margarita y una aliada quizás mayor por el vínculo amoroso que le unía: Isabel de Portugal, su amada esposa, su confidente y su amiga, su regente, su Emperatriz.

La importancia que el historiador madrileño da la Emperatriz queda clara en su biografía sobre Carlos y es especialmente relevante en este párrafo: "De igual modo, como Margarita en los Países Bajos, también Isabel de Portugal supo cumplir con su misión de alter ego del Emperador, gobernando con prudencia Castilla durante las largas ausencias de Carlos V...." Y, es más, el historiador cita al Emperador, quien recordaría la "loable gobernación" de su amada esposa:

"... la experiencia que tenemos de su buena y loable gobernación y administración en la dicha ausencia pasada que hicimos destos Reinos..." (Carlos V a sus vasallos de Castilla, 1 de marzo de 1535)

Isabel nació en Lisboa el 25 de octubre de 1503, hija de Manuel I de Portugal y de doña María de Castilla; nieta, por tanto, de los Reyes Católicos al igual que su futuro marido. Fue una mujer altamente cultivada, propio de su posición, dado que recibió una esmerada educación de marcado carácter humanista. Sabía latín, castellano, inglés y francés; asimismo no se descuidó su formación artística y musical. De parte de madre, además, adquirió una profunda religiosidad y, como dato curioso, debido a su belleza física, trabajó mucho por mantenerla a través de la práctica de ejercicios físicos que la convirtieron en toda una amazona. 

Tras la muerte de su madre en 1517, su vida cambió bruscamente. Su padre le encargó entonces que se ocupara de sus hermanos; sin embargo, tras las nupcias de este con Leonor de Austria -hermana de Carlos V- pasó a segundo plano, aunque sabemos que ambas tuvieron una relación cordial. Su padre fallecería poco después de contraer matrimonio, en 1521, y ya por entonces se llevaba bastante tiempo trabajando por el futuro matrimonio de la princesa y su hermano, el futuro Juan III, con algunos de los hijos de Juana "la loca". Las negociaciones para las nupcias de Isabel con el Emperador no fueron fáciles, todo lo contrario, pues duraron ocho años. Las razones de ello debemos buscarlas en las propias reticencias del Emperador, siempre ocupado con sus asuntos europeos, y con el compromiso que había aquirido con Enrique VIII, rey de Inglaterra, de casarse con su hija María Tudor cuando esta alcanzara la edad apropiada. Finalmente, dado el peso de la dote de la princesa portugesa, en 1522, Carlos mandaría al arzobispo de Toledo, Juan Tavera, para que concretara los enlaces de Juan III con su hermana Catalina de Austria, así como su propia boda con Isabel. El contrato matrimonial fue firmado el 17 de octubre de 1525 y la boda se celebró en Sevilla el 11 de marzo de 1526.


Bajorrelieve de Jian Mone, en el castillo de Gaesbeck, en el que aparece el Emperador abrazando a la Emperatriz



Fue un matrimonio peculiar, y recalco lo de peculiar porque como bien dice Manuel Fernández Álvarez: "un matrimonio que se había efectuado bajo el signo de los intereses políticos (asegurar la frontera occidental de Castilla) y económicos (Isabel aportaba una dote inmensa para la época, 900.000 ducados), pronto se convirtió en un matrimonio de amor, que asombró a los contemporáneos". Es por ello que, quizás, se convirtió en la mejor candidata para ser regente de los reinos españoles cuando el Emperador se veía obligado a cumplir con sus responsabilidades europeas, que no eran pocas. La Emperatriz asumía sus funciones con gran habilidad y no en pocas ocasiones tomaba la iniciativa, aunque sufría amargamente las ausencias de su esposo. No obstante, este depositó en ella toda su confianza, como tal demuestra un documento firmado en 1529 en el que la nombraba "lugarteniente general, gobernadora y administradora", aunque dejando, eso sí, algunas Instrucciones:

"La orden que yo deseo que la Emperatriz y Reina, mi muy cara e muy amada mujer, mande que se guarde y tenga durante mi absencia en la gobernación destos Reinos es la siguiente..." (Instrucciones de Carlos V a la Emperatriz...1529)

La Emperatriz asumió la regencia en varias ocasiones. Ya hemos citado la fecha de 1529, cuando el Emperador macha a Italia para ser coronado por el papa como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico e iniciar su tour europeo que le llevaría a enfrentarse a los Turcos en Viena. También en 1534 cuando marcha a la guerra contra Barbarroja en lo que Fernández Álvarez califica como su primera "cruzada". En 1538 cuando marcha a negociar la paz con Francia... No osbtante, Carlos perdería a su mejor aliada muy pronto, concretamente en 1539 y debido a un aborto. Lo cierto es que la salud de la Emperatriz nunca había sido muy buena, a lo que tampoco ayudaba su continuo estado de gestación. También le afectaba las ausencias del emperador ya que suponía un exceso de carga política pese a contar con un número de consejeros. Todo ello le llevó a su inevitable final el 1 de mayo de 1539. La muerte de la Emperatriz dejó a Carlos profundamente desolado: "Para Carlos V, se había ido algo mucho más que la esposa amante, la madre de sus hijos y la guardiana del hogar familiar. Se había ido también la eficaz colaboradora en las tareas de Estado, su alter ego, la que había gobernado Castilla en sus largas ausencias, la que había demostrado dotes de gobierno, haciéndose querer de sus súbditos españoles, al desempeñar con prudencia y dignidad el papel de lugarteniente imperial..." El mismo Emperador reconocería su tristeza:

"Fue esta muerte de gran sentimiento para todos, principalmente para el Emperador..." (Memorias de Carlos V)

Fuentes:

 Fernández Álvarez, Manuel: Carlos V, el César y el hombre, Barcelona, ed. Espasa, 2105 (primera edición ¿2011?). 

Recurso web: http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=isabel-de-portugal-reina-de-espanna-y-emperatriz-de-alemania [Consultado, 30 de noviembre de 2015]




4 de noviembre de 2015

Las mujeres del Emperador I (Margarita de Austria)


Retrato de Margarita de Austria, Bernard van Orley. 

Estas semanas (y las que me quedan), a raíz del visionado de la serie Carlos. Rey Emperador, he estado leyendo la biografía que del César escribió un historiador a quien yo admiro profundamente, Manuel Fernández Álvarez (referencia completa al final). En ella hay muchos elementos que podría destacar, pero justamente ayer leí un epígrafe que me llamó especialmente la atención y de ahí que haya querido dedicarle varias entradas en mi blog. Este epígrafe trata del enorme equipo imperial de Carlos V, los sujetos que contribuyeron a mantener la maquinaria imperial (maquinaria inmensa y compleja, si me permiten la puntualización). Y en él, el historiador explica lo siguiente: "Este capítulo, dedicado a los hombres de Estado del Quinientos, suele titularse: 'Los hombres de tal o cual soberano'. Mas eso sería impropio tratándose de Carlos V..." ¿Por qué impropio? Él mismo nos lo responde: "dado que con Carlos V la mujer tiene un destacado papel a los más altos niveles políticos". Algo que, tal y como Fernández Álvarez puntualiza, desaparecería con su hijo Felipe II, más dado a confiar en secretarios y validos.

Manuel Fernández Álvarez habla, por tanto, del "sector femenino" y en su opinión lo componían tres mujeres: Margarita de Saboya (o de Austria), tía del César, la emperatriz Isabel, su esposa, y María de Hungría. En esta entrada, por tanto, y empezando por la más mayor, voy a tratar de la "madame bonne tante", tal y como la llamaba el Emperador.


Grabado del retrato de Margarita de Austria por Emanuel van Meteren 


Margarita de Austria nació el 10 de enero de 1480, fue hija del emperador Maximiliano I y de la duquesa María de Borgoña, y hermana, por tanto, de Felipe conocido como El Hermoso. Fue pronto "víctima" de las alianzas matrimoniales practicadas por los principales dirigentes europeos de la época. En un primer momento se pensó que Margarita podría llegar a ser reina de Francia, al acordar su padre el matrimonio con el rey de Francia Carlos VIII a cambio de abandonar sus pretensiones de boda con Ana de Bretaña; pero al final el rey decidió ignorar el acuerdo y optó por casarse él mismo con Ana de Bretaña. Margarita, tras haber pasado 10 años en la corte parisina, pasó a ser la gran desdeñada; aunque no duró mucho su disgusto, porque ya en 1494 (un año después del desplante) su padre inició conversaciones con los Reyes Católicos para proyectar una doble alianza: la de la propia Margarita con el príncipe Juan (heredero de la monarquía católica) y la de Felipe (Su hermano) con la princesa Juana. Algo más de suerte tuvo Margarita en esta nueva alianza, aunque no mucho más, pues el príncipe Juan, ávido de amor, moriría al poco de casados (apenas unos cinco meses después, pues la boda había tenido lugar en abril), el 4 de octubre de 1497. Margarita, que por entonces contaba con 17 años, se convertía en una joven viuda desconsolada (desventurada, como muchos la apodarían) y, para más inri, en estado de avanzada gravidez. Pero ni eso le sirvió de consuelo, pues el embarazo no llegó a buen puerto y la criatura (una niña, según las crónicas) no llegaría sobrevivir. Margarita volvería a casarse en 1501, no ya para ser reina, sino para ser duquesa (duquesa de Saboya para ser más precisos, que era el título que llevaba su marido Filiberto II). Pero el matrimonio no le duraría mucho, ya que volvería a ser viuda en 1504. Y sin hijos que le sirvieran de consuelo.

Quizás fuera esa falta de descendencia lo que hizo que aceptara de buen grado la labor que le encomendó su padre allá por el año 1507, esto es, la de cuidar los hijos que Juana y Felipe habían dejado en Flandes tras marchar a Castilla. Nos referimos a Leonor, Carlos, Isabel y María, quienes por aquella fecha se encontraban ya huérfanos de padre. Al morir Felipe, el gobierno de los Países Bajos había pasado a su heredero, Carlos, quien por entonces apenas contaba con siete años, por lo que se necesitaba a alguien que actuara de regente, y así lo hizo Margarita. Su gobierno se caracterizó por la prudencia y por una política exterior claramente anglófila y recelosa de Francia. En 1515, por obra del ambicioso Guillaume de Croy, señor de Chiévres, Margarita fue apartada del gobierno de Flandes al adelantarse la mayoría de edad del joven Conde de Flandes (título que por entonces llevaba Carlos), aunque nunca fue apartada del todo. Su sobrino siempre insistió en que se mantuviera informada a su madame bonne tante. En 1521, tras la muerte de Chiévres, Carlos V (ya emperador) tendría la necesidad de que alguien gobernase los Países Bajos en su ausencia, alguien absolutamente fiel, que fuera bien visto por aquellos súbditos y con experiencia y talento. Nadie mejor que su tía.


Margarita de Austria, retrato atribuido a Pieter van Coninxloo


Se incia así la segunda fase del gobierno de Margarita en los Países Bajos. De hecho el emperador no visitaría sus dominios en una década (justo el periodo de gobierno de su tía), dado que no sentía la necesidad de visitarlos pues sabía que estaban en buenas manos. Esta, además, ayudaría a su sobrino en la política internacional y alabada es su intervención con la reina madre de Francia, Luisa de Saboya, con la que acabaría concertando aquella paz de 1529, la Paz de Cambrai , que pasaría a llamarse "la paz de las Damas". Según Fernández Álvarez: "Y eso es digno de ser recordado: en pleno reinado de Carlos V, la paz más importante acaso de su reinado logrado por esta insigne colaboradora suya, dando fe de la importancia que tenía el entorno femenino en la política internacional del Emperador". 

Pocos meses más tarde, en 1530, Margarita fallecería en su residencia de Malinas, causando un profundo pesar en el ánimo del emperador, que perdía a su eficaz colaboradora. La regencia pasaría a manos de María de Hungría, su hermana, tal y como tendremos oportunidad de ver en otra entrada. 


BIBLIOGRAFÍA:

Fernández Álvarez, Manuel: Carlos V, el César y el hombre, Barcelona, ed. Espasa, 2105 (primera edición ¿2011?). pp. 239-241

Recurso web: http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=margarita-de-austria-duquesa-de-saboya [Consultado, 4 de noviembre de 2015]. 

29 de septiembre de 2015

Carlos, Rey Emperador - la serie



Llevaba días queriendo hablaros de la nueva ficción histórica emitida en la Televisión Española: Carlos, Rey Emperador; cuya creación no ha sido sino la consecuencia del exito televisivo que alcanzó otra ficción histórica: Isabel. En este sentido son muchas las expectativas que se han puesto en esta serie, tanto por parte de los creadores que pretenden alcanzar el mismo éxito, así como de los espectadores que esperan ver una serie de la misma calidad o mayor que Isabel; una serie que pese a ciertos errores históricos (sí, aún no se olvida el error de la catedral de Cádiz) y las limitaciones presupuestarias que afectaron su realización, dejó el listón muy, muy alto. La duda principal que existía con respecto a Carlos, Rey Emperador era si seguiría la misma senda que Isabel y en cierta manera así ha sido, básicamente porque la productora que la ha creado es la misma: Diagonal TV, y porque repiten ciertos directores y guionistas. Esto, en principio, debe tranquilizar a los espectadores, no obstante, que repitan productora, director y guionista no es siempre garantía de éxito y hasta el final no podremos decir si ha sido así, aunque sí que podemos dar unas primeras pinceladas.

¿Qué es lo que podemos esperar ver en Carlos, Rey Emperador? Según se anuncia en la página web de la serie (http://www.rtve.es/television/carlos-rey-emperador/) en ella se pretende contar nada más y nada menos que 40 años de historia, esto es, desde la llegada de Carlos de Austria a Castilla en 1517 para suceder a su abuelo Fernando el Católico en el trono de Aragón y "co-reinar" con su madre en el trono de Castilla, hasta su muerte en el Monasterio de Yuste en 1558 ya como Emperador (los años que van desde la muerte de Isabel hasta la muerte de Fernando se contarán en una película llamada La corona partida). Hasta el momento se han emitido cuatro episodios y hemos podido vislumbrar algunos de los escenarios más importantes del reinado de Carlos: Castilla y Aragon, Francia, Flandes, Inglaterra, Italia y América. Cada uno de ellos con sus respectivos conflitos: las dificultades de Carlos por ganarse la confianza de la nobleza castellana y asentar su posición como rey, las dificultades por hacerse con el trono de Aragón, las ansias de poder del rey francés Francisco I, las alianzas con Inglaterra, las labores diplomáticas de Margarita de Austria para garantizar la posición de su sobrino, la conquista de México, etc. Todo ello siguiendo una línea argumental expuesta, sin duda alguna, de manera brillante para que el espectador que no tenga tantas nociones de historia sepa seguir la narración sin perderse. No obstante, bajo mi punto de vista, es aquí donde vemos el gran error de la serie, que es la de querer abarcar demasiado. Pese a que reconozco la labor tan encomiable de la productora por querer crear una serie que abarque todo el contexto político del reinado de Carlos, creo que es un deseo demasiado ambicioso y, a veces, entre tanta trama y trama se piede un poco el objetivo principal, esto es, la figura de Carlos. Sé que muchos dirán que es imposible contar el reinado de Carlos V sin tener encuenta todos estos elementos, y en parte tienen razón, pero las limitaciones de la narración televisiva están ahí y a veces el contar demasiado puede abrumar al espectador. En este sentido yo, por ejemplo, habría pasado a un plano más secundario toda la trama de América, ya que la conquista de México habría dado por sí sola para una serie; y admito que en más de una ocasión me ha molestado el cambio de tramas, especialmente en el último capítulo emitido en el que la tensión por las negociaciones de la corona imperial se perdía cuando pasaban a contar la parte americana. En este sentido, abarcar demasiado es un error y más cuando se quiere contar todo en tan solo 17 episodios.


Izquierda: Blanca Suárez como Isabel de Portugal. Derecha: Álvaro Cervantes como Carlos V

Una serie de tal envergadura requiere, por tanto, un extenso número de personajes. Según leo en la página web son más de 100 los personajes que circularán ante nuestros ojos, y no me sorprende porque ¡hasta Leonardo da Vinci ha tenido su minuto de gloria! Pero es que además veremos a Lutero, Ponce de León, Felipe II, Solimán, etc. No falta ni un solo personaje y, de nuevo, esto puede ser una gran virtud, pero también puede ser un craso error. En lo que se refiere a las interpretaciones ocurre, bajo mi punto de vista, lo mismo que ocurria en Isabel en la que había grandes desequilibros interpretativos, es decir, algunos actores brillan mientras que otros quedan a la sombra. Empezando por el papel principal, esto es, el de Carlos V debo decir que no estoy totalmente convencida con la labor de Álvaro Cervantes, ya que no parece estar muy cómodo con el papel, no acaba de asimilarlo, y no sé qué hará cuando su personaje requiera más carácter. Lo mismo puedo decir de Blanca Suárez como Isabel de Portugal, básicamente porque siempre me ha parecido una actriz muy forzada en todos los papeles que interpreta, creo que no me han gustado ninguna de sus interpretaciones desde que la vi en El internado. Sobreactuados me parecen Alfonso de Bassave como Francisco I y Alex Brendemuhl como Enrique VIII. Aunque la peor intepretación es, sin duda alguna, la de Eric Balbás como Fernando de Austria. Por contra, creo que José Luis García Pérez se sale en el papel de Hernán Cortés, es el actor que veo que está más cómodo con su personaje. También me gustan mucho Mónica López como Margarita de Austria y Susi Sánchez como Luisa de Saboya. En cuanto a resto de personajes a nivel general están bastante bien, creo que Irene Ruiz puede dar mucho juego como María Pachecho, lideresa de las comunidades de Toledo, pero todo depende del protagonismo que se le de al personaje.


Mónica Lopez como Margarita de Austria

En cuanto a la realización, Carlos Rey Emperador vuelve a pecar de estar grabada casi exclusivamente en platós, algo que se nota mucho en la manera tan teatralizada que tienen los personajes de interactuar. Apenas se cuentan con los dedos de la mano las escenas realizadas en exteriores (Casi todas ellas en la trama de América); y a excepción de las escenas rodadas en la Alhambra creo que serán pocas las que veremos fuera de los "palacios". Esto me lleva a pensar que veremos poco conflicto bélico y si lo vemos serán con cuatro hombres y medios, lo mismo que ocurrió en Isabel y lo mismo que está ocurriendo con la trama de América (tres barcos y 10 hombres). También parece haber cierto abuso del llamado "croma" (la pared verde que sirve para recrear escenarios de manera fácil y barata); está claro que las limitaciones presupuestarias no pueden dar para mucho más, pero a veces su uso es demasiado cantoso para mi gusto. Por otro lado si que debo mostrar mi admiración por la labor de vestuario, casi lo mejorcito de la realización de la serie. Y ya no solo por la calidad de los trajes y vestidos sino por la variedad de los mismos; además se nota la labor de documentación llevada a cabo por los diseñadores, quienes en muchas ocasiones ha recurrido a pinturas de la época para inspirarse a la hora de diseñar el vestuario (en el documental  emitido tras la serie lo explican). 

Carlos V e Isabel de Portugal de luna de miel en la Alhambra

A modo de conclusión, Carlos rey Emperador me está pareciendo una gran serie histórica (como pocas de las que se hace en la televisión española), demasiado ambiciosa quizás, con una calidad envidiable pese a las limitaciones presupuestarias. Una manera entretenida de acercar una parte de la historia de España al espectador neófito. Con esto no quiero decir que la serie sea igual de válida que una lección de Historia, pues no lo es, ya que siempre digo que una serie, sea del tipo que sea, se crea para entretener y no para enseñar; pero sí que creo que es una manera diferente y entretenida de dar a conocer nuestra Historia que puede servir, de alguna manera, para motivar al espectador a conocer un poco más de la misma a través de los libros, Personalmente, tras ver la serie, me han entrado ganas de leer una de las mejores biografias de Carlos V escrita por Manuel Fernández Álvarez: Carlos V, el César y el hombre. 

27 de octubre de 2010

Verdaderos y falsos mitos de la Inquisicón (III)


Ante el riesgo de que esta entrada, dividida en tres partes, pueda parecer una especie de rehabilitación de la Inquisicón, me gustaría terminarla con las concluyentes palabras de Bennasar:


Sin embargo, este libro, muy lejos de ser una rehabilitación de la Inquisición, hace a la institución el más grave de los procesos, le acusa del pecado contra el espíritu, el mismo que persigue el Santo Oficio. Porque la Inquisición no puede ser considerada un tribunal como los demás. [...] Fue creada para prohibir una creencia y un culto; a lo largo del tiempo, persiguió otras creencia y otros cultos. Encarceló, despojó, arruinó y deshonró a millares de hombres y mujeres porque sus creencias y sus ritos no se conformaban al modelo único que reconocía la sociedad cristiana de Occidente y del cual el Concilio de Trento, a mediados del siglo XVI, dio una definición completa y precisa [...].

Sin embargo, la Inquisición no pudo asegurar la unidad espiritual de España, lo que hoy es evidente. En cambio, [...] hizo de España por mucho tiempo el reino del conformismo. [...] conformismo políticom del conformismo intelectual [...].

La Inquisicón, al imponer un modelo único de creencia, sometiendo a cada individuo a la vigilancia permanente de una opinión condicionada, destruyó las posibilidades auténticas de ejercer el libre albedrío, haciendo desaparecer de España la idea misma de libertad religiosa.
Fuente:
Bennasasr, Bartolomé: Inquisición española: poder político y control social, ed. Crítica, Barcelona, 1981.

26 de octubre de 2010

Verdaderos y falsos mitos de la Inquisición (II)

--> Las Verdaderas Razones.


El engranaje del secreto: Lo que chocó profundamente a los españoles en la implantación de la Inquisción fue el secreto en el cual eran mantenidos los detenidos desde su detención. Los acusados no sabían ni de qué eran acusados, ni por quién; no podían recibir visitas de los miembros de sus familias e incluso eran mantenidos separados unos de otros. El anonimato de los testigos les parecía a muchos una innovación escandalosa y de ahí que numerosas capitulaciones protestaran ante este modo de proceder inquisitorial.


La intención de este modo de actuar era clara. Y es que, al abrigo del secreto, la delación podía desplegarse y la Inquisición la animaba vivamente, haciendo de ella una obra santa, productora de indulgencias, incluso, garantía de salvación eterna. Se aceptaba a todos los delatores, fueran heréticos, excomulgados, infames, criminales, perjuros...Sólo se rechazaba el testigo del enemigo mortal del acusado, del que el español llama su "enemigo capital". Este modo de proceder podía convertir a la Inquisición en un medio de llevar a cabo venganzas personales.


A pesar de todo, este halo de secretismo que envolvía al acusado se transgredía o eludía más veces de lo que se cree, y esto podía dar una oportunidad a los acusados. Asimismo, la disposiciones podían ser tan precisas que reconstruían los recuerdos de los acusados y les permitían así identificar a los delatores. Se trataba, a partir de ahí, de demostrar que esos testimonios no tenían valor porque eran enemigos mortales del acusado.

La memoria de la infamia: Era insólita la reprobación que alcanzaba a los hijos de los condenados por el Santo Oficio. La reputación de infamia se vinculaba a todo un linaje, por lo que castigar a una persona suponía manchar a toda una familia.

La Inquisicón disponía de tres medios para cubrir de infamia a un hombre o a una mujer. El menos grave era la penitencia pública pues se producía en un momento dado y podía borrarse con el tiempo. Las otras sanciones eran mucho más graves porque duraban y continuaban manteniendo su eficacia al término de dos o tres generaciones. Los condenados podían ser obligados a llevar el sanbenito bien durante una ceremonia religiosa bien a lo largo de varios años, o incluso durante toda su vida. Posteriormente, se impuso la norma de colgar los sanbenitos en las iglesias en lugar de llevarlos a lo largo de la vida.

También podían ser condenados a la inhabilitación. Esto suponía que los descendientes de los condenados a muertes o de los condenados a prisión perpetua sufrían la incapacidad civil a semejanza de los propios castigados. Esto le impedía, por ejemplo, a acceder a un gran número de vocaciones religiosas y de profesiones entre otros muchos impedimentos no nombrados aquó. Asimismo, si habían transgredido la inhabilitación se les solía infligir fuertes multas.

La amenaza de la miseria: Ser castigado al destierro podría suponer la miseria del castigado. Es posible que no tuviera consecuencia sobre la persona que vivía de sus rentas pero era muy diferente para un comerciante, un tendero, un artesano o un labrador cuya actividad profesional y sus ingresos estaban relacionados desde hacía años con la misma ciudad, la misma clientela, la misma tierra.

El destierro era un castigo que se inflingía con facilidad por delitos menores como las blasfemias "heréticas", las conversaciones demasiado ligeras o la obstaculización a la acción de la Inquisición. El destierro perpetuo era muy raro pero incluso el de varios años o meses podía ser suficiente para condenar a familias modestas a insolubles dificultades económicas.

Asimismo, también la Inquisicón podía condenar a multas económicas y podía solicitar la confiscación de bienes sobre todo en casos de condenas a muerte. Estos dos castigos eran destinados sobre todo contra los conversos convictos de judaísmo y los moriscos mal convertidos. La voluntad de debilitar económicamente a las minorías religiosas en beneficio de los cristianos viejos era tan evidente como la necesidad de la Inquisición de procurarse nuevos ingresos.






25 de octubre de 2010

Verdaderos y falsos mitos de la Inquisición (I)


A lo largo de los miles de años que el ser humano lleva en este planeta llamado Tierra, ha ido adquiriendo una serie de ideas preconcebidas de determinados personajes y hechos históricos. Por ejemplo, se me viene a la cabeza el descubrimiento de América y el personaje de Cristóbal Colón. Estoy segura que para el 50% de los españoles Cristóbal Colón es casi un héroe nacional e ignoran esos rasgos ocultos de su personalidad como la duda de su nacionalidad o su ambición por el oro. De la misma manera, se ignora toda la crueldad que supuso la colonización del continente americano. Otro ejemplo lo podemos observar en la persona de Elizabeth de Austria-Hungría, la películas en torno a la dulce Sissi nos la mostraba como una dulce niña que se revelaba contra la jugarreta que le había preparado el destino: enamorarse del emperador Francisco José. Cuando la realidad era bien distinta, ni era dulce ni estaba "enamorada". Es posible que sintiera afecto por ese hombre que se había encaprichado por ella, pero de dulce tenía poco sino más bien al contrario, era una mujer fuerte que sabía lo que quería pero que por desgracia no podía tenerlo, ya que el destino y el emperador habían decidido que tuviera una vida diferente.


Con la Inquisición pasa algo parecido. Si por algo ha pasado a la historia la Inquisición es por ser cruel, torturaba y mataba a más no poder, sin importar que el acusado fuera culpable o fuera inocente. La Inquisición española era arbitral, nunca se sabía cuando podías cantar: ¡bingo! Y hoy día, cualquier persona que conozca más o menos la historia diría que lo peor que tuvo España era la Inquisición. De hecho, es curioso, pero hay una película en la que uno de sus protagonistas para consolar a una chica decía algo así como "no llores, no hay nada peor que la Inquisición española". Sin embargo, sin dejar de reconocer la arbitrariedad y la crueldad de la misma, he de decir que sí, que tenemos ideas preconcebidas de la Inquisición. Al menos eso he aprendido yo al leer el libro de Bartolomé Bennassar La inquisición española: poder político y control social.


Esta obra supone un interesante estudio de la Inquisicón como intrsumento del poder político y como medio de control social. Bartolomé Bennasar nos explica la formación de la Inquisicón y su distribución por la Península Ibérica, nos habla de sus componentes desde el inquisidor general a los familiares inquisitoriales, y dedica varios capítulos a los delitos más comunes de la Inquisción: herejía donde se incluría a los moros y los judíos, brujería, pecados "nefandos" (bestialismos y sodomía), blasfemía, etc. Y como último capítulo una interesante visión de como la Inquisición verdaderamente fue un instrumento de la Monarquía Hispánica hasta el siglo XVIII. Sin embargo, con lo que más me quedo del trabajo es con el apartado de "Falsas y verdaderas razones". ¿Por qué fue tan temida la Inquisición española?



--> Las Falsas Razones.

Tortura: Sin duda alguna, la idea que se tiene en la cabeza es que la Inquisición torturaba por que sí y torturaba de manera indiscriminada. De hecho, hasta el siglo XVIII la tortura tuvo un lugar estricto y reconocido en el derecho criminal clásico pues era uno de los medios habituales de búsqueda de la verdad. Sin embargo, queda demostrado que muchos de los inquisidores se mostraban prudentes a la hora de recurrir a las torturas, siendo ésta el último recurso en el caso de que faltaran pruebas. Y aún así aconsejaban aplicarla moderadamente y sin derramamiento de sangre.


Por otro lado, la tortura intolerable que ponía en peligro la vida del acusado o dejarlo inválido para el resto de los días era algo muy excepcional. Y en muchas de las ocasiones, los inquisidores "olvidaban" asistir a las sesiones de tortura por lo que ésta no podía ser aplicada.

Asimismo, el número de hombres y mujeres que sorportaban victoriosamente la tortura era considerable. Y ésta no se aplicaba de manera arbitral sino que era proporcional al delito supuestamente cometido.

Por lo que se puede decir que la tortura inquisitorial no era más que una vicisitud del procedimiento penal clásico. Por lo que era muy limitada tanto es sus modalidades como en sus ámbitos de aplicación.

El rigor atroz de las penas: la Inquisición tenía unas penas fijas: la muerte, la tortura, las galeras, el látigo, la multa honorable y el destierro, a las que había que sumarles penas temporales: reprimendas, abjuraciones por faltas pequeñas o por falta grave, reclusión durante algún tiempo para la instrucción de la fe, etc.

¿Se caracterizó la Inquisición por una proporción muy elevada de veredictos de muerte o de las penas más duras? Sí y no. Sí, antes de 1530, no más allá de esa fecha, es decir, cuando hubo pasado la gran oleada de represión dirigida contra los judaizantes. Posteriormente, pasada la furia asesina de los primeros años, no mataba más que excepcionalmente. Sin embargo, la Inquisición sería terriblemente temida no ya porque mataba, sino porque había matado a lo largo de cuarenta años a millares de personas.

27 de febrero de 2010

Isabel y Fernando

En ocasiones, cuando se admira tanto a un personaje histórico se tiende a divinizarlo, a verlo casi como un Dios carente de todo rasgo humano. Personalmente me pasa con muchos personajes históricos-Felipe II, Carlos V, Luis XIV- y uno de ellos es Isabel la Católica. Por ello, cuando el otro día entre en la librería y me topé con su biografía no dudé en comprármela. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que Fernández Álvarez -el autor- fue capaz de humanizarla para mí y dejarme admirarla más si cabe. Y uno de los pasajes que más me han gustado ha sido el de noviazgo y desposorio con Fernando de Aragón. Hecho histórico que el autor califica como un relato de aventura caballeresca propia de la época. Permitanme relatárselo:




" A mediados del siglo XV, Castilla se hallaba revuelta. Gobernada por un rey apodado "el impotente" y con una nobleza dividida en dos bandos: el enriquista encabezado por el marqués de Villena, privado del rey, y la Liga nobiliaria que consideraba a Enrique IV un rey débil y que estaban un poco mosca con la princesa Juana, a la que consideraban fruto de los amoríos de la reina con Beltrán de la Cueva-de ahí que le apodaran la Beltraneja-, por ello reclamaban a Alfonso -hermanastro del rey-como legítimo heredero de la corona de Castilla. Sin embargo, éste moriría en 1468 dejando a Isabel en una situación peliaguda. A pesar de ello, y siendo como era hermanastra del rey y hermana del legítimo heredero de la corona -pues ella también consideraba a Juana ilegítima- Alfonso, reclamó sus derechos a la corona de Castilla. Es en este preciso momento en el que Isabel daría muestras de lo que será en un futuro, pues antes la posibilidad de una guerra, de un enfrentamiento directo con su hermanastro el rey, decide negociar en lo que se conoce como el Tratado de Guisando. En él, el rey reconocía Isabel como heredera de la corona de Castilla -y por tanto reconocía la ilegitimidad de Juana- y ella tendría que casarse con Alfonso V de Castilla. Sin duda, esto era una trampa preparada por el marqués de Villena en la que Isabel "decidió" caer para luego dar la vuelta a la situación. Isabel no estaba dispuesta a casarse con quien decidieran, por lo que empezó a negociar, junto con sus consejeros, su boda con Fernando-ya rey de Sicilia- de quien tenía ya buenas referencias (al parecer ya tenía dos hijos naturales por lo que no se volvería a repetir la vergonzosa situación de su hermanastro "el impotente" Enrique IV).



Con todos los trámites hechos, la boda no fue fácil. Ambos novios estaban bien dispuestos, pero Isabel se encontraba recluida en Ocaña bajo vigilancia de la corte enriquista. Las conmemoraciones por el primer aniversario de la muerte de su hermano le sirvieron de excusa para huir primero a Madrigal y después a Valladolid. Pero el novio aún se hallaba en Aragón y su entrada en Castilla no era fácil. Los enriquistas, que sabían de las intenciones de la Princesa, vigilaban cada entrada al reino. Es en este momento cuando Fernando se convierte en protagonista de novela caballeresca. El propio Alonso de Palencia en su crónica sobre Enrique IV, contaría como Fernando estaba dispuesto a consolar a la "angustiada doncella" y a correr el riesgo que ella corriera -no debemos de olvidar que ella había pactado casarse con Alfonso de Portugal-. Por ello, Fernando para ir al encuentro de su futura esposa se disfraza de mozo de mulas y viaja a Castilla por un paso fronterizo perdido entre las montañas de la sierra de Montalvo, y con comerciantes como compañeros de viaje.


En Octubre de 1469 los novios por fin se conoce, y su vista no les defrauda. Fernando era un joven audaz y aventurero, e Isabel era una princesa rubia de ojos verdes ¿Es posible que se hubieran enamorado? No se descarta, al menos que se gustasen, pues ambos habían luchado para contraer matrimonio y debían de luchar más, ya que el papa Paulo II les negaba a dar la bula necesaria para el mismo, pues ambos eran primos segundos. Sin embargo, ellos no se rendirían, llegarían hasta el final aunque fuera con una bula falsa. Por lo que así se hizo y consiguieron contraer matrimonio en Valladolid el 19 de Octubre de 1469 con los festejos correspondientes.


Isabel manifestaría su amor por su esposo en contadas ocasiones, una de ellas es en el Manifiesto en defensa a las acusaciones hechas por su hermanastro de haber incumplido el pacto y por haber contraído un matrimonio ilegítimo. En ella la futura Reina de Castila se referiría a su esposo de la siguiente manera:"...de todos los reyes y príncipes cristianos, el príncipe, mi señor, era y es el más grato y apacible..."



Fuente:

Ferández Álvarez, Manuel: Isabel la Católica, Ed. Espasa Calpe, Madrid, 2006.

23 de septiembre de 2009

Felipe II, la personalidad del rey en cuyo imperio no se ponía el sol.


Queridos lectores, hoy vais a ser compensados, pues voy a poner una parte de la comunicación que ofreceré en Octubre en el Congreso Multidisciplinar de Ubi Sunt? que tiene por título: "Héroes y Villanos en la Historia", espero que os guste:





A pesar de que Felipe II negara a que se escribiera una biografía personal sobre su persona, son muchas las biografías no oficiales que se escribieron tanto en su época como en épocas posteriores, no cabe duda de que muchas de esas biografías son fruto de una mente provista de una gran imaginación, pero otras nos han proporcionado copiosos datos que nos permiten saber cómo era aquel rey al que o bien se amaba o bien se odiaba, pero que de un modo u otro no dejaba indiferente a nadie.



Se sabe que físicamente era un hombre débil y propenso a enfermedades, ya Gregorio Marañón diría de Felipe II que era un hombre “débil con poder[1], obviamente esta debilidad física no era culpa suya, o al menos no es su mayoría, y es que la naturaleza física depende de los padres y abuelos y en lo que a este tema respecta, Felipe II no podía pedir más, pues era hijo de padres primos hermanos, nieto de una loca (Juana) y hermano carnal de dos epilépticos. También poseía un carácter taciturno y triste, frente a hombres de su edad que solían poseer alegría, por el contrario era un hombre infatigable en el trabajo, era rey por derecho pero también de hecho, para él su profesión era ser rey y a ello se dedicaba de manera tenaz. Su fortaleza de espíritu le permitió superar cualquier debilidad física y como hombre destinado a ser rey recibió una educación acorde con ella, aunque fue una educación muy descuidada, pues a los siete años el futuro rey no sabía ni leer ni escribir, mientras que a los tres ya le habían enseñado a cazar[2]. A pesar de los educadores que pudiera tener (Juan Martínez Silíceo o Juan Ginés de Sepúlveda), su principal educador fue su padre, el emperador Carlos V a través de las Advertencias o Instrucciones que éste le mandaba en una copiosa correspondencia. Estos consejos o instrucciones penetraron en Felipe II, destacando el de la suspicacia y el de la desconfianza de los hombres, esto último se demuestra con el hecho de que fuera él personalmente quien revisara cada documento o que utilizara “espías” para que vigilara a sus hombres de “confianza”. Sin embargo, no todos los consejos fueron seguidos por el futuro rey y desoyó uno de los consejos que con más insistencia le transmitía el padre: el de conocer cada uno de los países que iba a reinar, al menos conocer su idioma. Sin duda alguna, Carlos V conocía las consecuencia negativas que podía tener no conocer el idioma del país que iba a reinar y, por ello insistió tanto en que su hijo Felipe se esforzara en ello, pero éste no logró aprender ningún idioma de los países que formaban parte de su dominio, de hecho sólo manejó con gran soltura el latín. Tampoco se molestó en ir a los países que reinaba, de hecho solo en dos ocasiones salió de España, una de ellas para viajar junto a su padre y la segunda para ir a Inglaterra para casarse con María Tudor. Pese a su precaria o descuidada educación política, ya desde niño se veía que Felipe era un hombre de estado y es por eso que, con tan sólo 16 años su padre le confió el gobierno de España mientras estaba ausente[3].

Era un hombre silencioso y grave, en la vida pública poseía dominio de sí mismo y el poder de disimularlo y de vencer el dolor físico y los sentimientos espontáneos que le acompañaron toda su vida. Temía parecer débil y es por ello que no cambiaba de opinión en público, ya que una vez que había tomado una decisión rara vez lograba nadie hacerla cambiar. Poseía una gran sencillez, fruto de su carácter y los rígidos principios que poseía, extremaba la sobriedad en la mesa, mostraba repugnancia a las diversiones tumultuosas como las corridas de toro o el teatro. En cambio prefería los espectáculos que ofrecía el Santo Oficio, presidió personalmente cinco autos de fe y lamentaba no poder asistir a más. Esa sobriedad y modestia le acompañaron también en el vestir. Estos “defectos” generaron un sentimiento de antipatía entre muchos de los que le rodeaban. Al contrario que su padre, amaba la vida sedentaria, era un hombre de gabinete y la vida doméstica reglamentada y tranquila. Poseía falta de espíritu bélico, cualidad que sí poseía su hermano bastardo Juan de Austria a quien amó y envidió con la misma fuerza. Felipe II rehuyó la guerra cuanto pudo y no participó personalmente en ninguna, aún así no la consideró como algo reprochable ya que la provocó siempre y cuando la consideró necesaria.

Como rey absoluto fue enemigo de las autonomías, imponía su dominio y su criterio. Cuidó su patrimonio como un regalo heredado no sólo de su padre, sino también de sus abuelos y de sus bisabuelos, y la guerra fue el mejor medio para conservarlo. No sólo logró conservarlo, sino también lo acrecentó –incorporación de Portugal-. Sin embargo, los historiadores han observado que carecía de un proyecto, de una serie de objetivos fijos para su política exterior, y aunque era muy difícil tener objetivos en la política del siglo XVI, Felipe II alcanzó menos de sus objetivos que la mayoría, ya que fueron más numerosas las derrotas que las victorias
[4]. En el gobierno siguió el consejo de su padre, desconfió de sus hombres y evitó caer en el favoritismo, le gustaba oír las opiniones de los hombres que le rodeaban pero se guardaba celosamente cualquier resolución. Sin embargo, el hecho de que le gustara rodearse de varios secretarios hizo que la burocracia fuera muy lenta y que las decisiones no se tomaran cuando se tenía que tomar.

Desde el punto de vista espiritual, Felipe II era un hombre excesivamente religioso, ya que su padre le había aconsejado tener a la religión como base para la política. Sin embargo, fue siempre un impedimento pues por ese motivo se negaba a negociar con herejes o tratar con rebeldes, lo que podía dar como resultado una victoria total o bien una derrota. Por otro lado fue un modelo de cristiano en lo más difícil y agrio que tiene para la naturaleza humano la práctica de los sacrificios. Practicó de forma rigurosa la caridad y poseía una sentimentalidad natural que se expresó en sus relaciones matrimoniales, paternales, y aún en las oficiales de su gobierno. Felipe fue muy cariñoso y atento con sus esposas e hijos, hecho que se demuestra en las cartas que enviaba a sus hijas. En esas cartas se manifiesta que las añoraba, pero también da a conocer detalles tan curiosos como que le gustaba oír el canto de los pájaros o las bromas de los bufones, detalles que mostraban el lado más humano del monarca. Era un hombre amado por sus mujeres, sus hijos, sus amigos íntimos e incluso por sus servidores, a pesar de que para el resto de sus contemporáneos fuera antipático. A pesar de todo, y aunque estas cartas reflejan su lado humano, también reflejan su mediocridad, el mismo Gregorio Marañón diría que las cartas parecían escritas por “un niño bueno pero no muy inteligente
[5].

Por último, cabe señalar como aspecto de su personalidad lo que algunos autores han señalado: su inclinación al esoterismo. Al parecer las primeras pruebas de las incursiones de Felipe II hacia lo más o menos oculto fue durante su estancia en Inglaterra donde se ha llegado a saber que se hizo trazar un horóscopo por John Dee, astrólogo oficial de la corte inglesa. También algunos testimonios de la época relataron al amor del monarca por la Alquimia y en su biblioteca personal se podía encontrar libros de toda clase entre los que destaca los del beato mallorquín Ramón Llul.



[1] Esta expresión no sólo hace referencia a su físico sino también a su personalidad.
[2] PARKER, GEOFFREY: Felipe II, Alizanza Editorial, Madrid, 2004 . P. 23.
[3] ALTAMIRA, RAFAEL: Felipe II, hombre de estado. Fundación Rafael Altamira, Alicante. 1997. P. 75.
[4] PARKER, GEOFFREY: Op. Cit. Pp 247-248.
[5] MARAÑÓN, GREGORIO: Antonio Pérez. El hombre, el drama, la época, Espasa-Calpe, Madrid, 1997. P. 326.
[6] G. ATIENZA, JUAN: La Cara Oculta de Felipe II. Ediciones Martínez Roca, Barcelona 1998. Pp. 27-34.





FUENTE:





ALTAMIRA, RAFAEL: Felipe II, hombre de estado. Fundación Rafael Altamira, Alicante, 1997.





G. ATIENZA, JUAN: La cara oculta de Felipe II. Alquimia y magia en la España del Imperio. Ediciones Martínez Roza, Barcelona, 1998.





PARKER, GEOFFREY: Felipe II. Alianza Editorial, Madrid, 2004.

26 de agosto de 2009

Bastardos que merecían ser "Rey": Juan de Austria (El cenit y la caida de un héroe: Lepanto y Flandes).

Como dije en la anterior entrada, La Rebelión de las Alpujarras, supuso el nacimiento o la confirmación de un héroe. Debido al éxito de don Juan en Granada, Felipe II decidió marchar hasta allí y felicitar personalmente a su hermanastro, hay quien vería en este acción un acto de cariño, para otros dicha acción se interpreta de manera diferente: Felipe II intentaba evitar una procesión de gloria en honor a su hermano en la corte. A pesar de este intento, Juan de Austria volvió a Madrid revalidando el título de héroe que se había ganado con su huida a Barcelona. Sin embargo, la gloria y la paz durarían poco pues los Turcos, que pretendían dominar el Mar Mediterráneo, comenzaron su avance hacia la fortaleza de Nicosia y Famagusta. El papa y, por supuesto, el cristianísimo Felipe II no iban a permitir que los Turcos alcanzaran su objetivo para lo cual crearon la Liga Santa de la que formaba parte el papado con Pío V a la cabeza, Venecia y España. Las negociaciones para la formación de dicha Liga no fueron fáciles pero finalmente su formación se culminó el 20 de mayo de 1571 con la imposición de que Juan de Austria tuviera el mando, con ello se convertía en Gran Capitán de la Santa Liga, paladín y esperanza de la cristiandad.



El 6 de Junio de 1571 llegaba a Madrid el legado del papa donde se confirmaba a Juan de Austria como Capitán General y ese mismo día don Juan se ponía en camino hacia Barcelona, junto con Rquesens y Alejandro de Farnesio. Sin embargo, no partiría hasta el 20 de Julio de 1571, las fuentes afirman que María de Mendoza se despidió de don Juan con suplicas, pues ella deseaba marchar con él, sin embargo, don Juan estaba más centrado en la batalla que en cualquier amorío. Cabe mencionar que junto con él, además de los citados, marchaban los mejores marinos españoles como Álvaro de Bazán, Sancho de Leiva o Gil de Andrada. El 23 de Agosto se reunió la Liga en Messina donde tuvo lugar un consejo de guerra en la nave capitana de don Juan para decidir el curso de la acción. Con gran diplomacia éste logró imponerse frente a posturas moderadas y el 15 de septiembre la flota salió de Messina en dirección al Mediterráneo oriental.






Al amanecer del 7 de octubre de 1571 la escuadra cristiana estaba a la vista del golfo de Lepanto, donde los turcos, con Alí Pachá al frente, se habían refugiado. La actuación de don Juan fue decisiva para la victoria de la Liga. Para los Turcos, la derrota en Lepanto supuso la pérdida de su armada y el fin de un mito: los turcos no eran invencibles. Para la Liga, la victoria supuso la obtención de un botín y la liberación de cristianos que remaban en las galeras turcas. Para don Juan la victoria de Lepanto sumaba otro tanto de los muchos ya sumados.





La Liga celebró la victoria en Messina y después en Nápoles. Se sabe que allí don Juan disfrutó de los placeres del amor con Diana de Falangola quien le daría una hija: Juana la cual sería criada por Margarita de Parma, hermana mayor de don Juan. Se sabe que tuvo otros amores, pero de poca importancia. Tras la victoria, además, don Juan reforzó si ambición: deseaba un reino propio y el tratamiento de alteza, pero no lo consiguió.


En 1573 la República de Venecia "traiciona" a la Liga y firma ella sola una paz con los Turcos. Esto hizo que don Juan cambiara la bandera de la liga por la de Castilla y fuera a perseguir sus propios objetivos: la conquista de Túnez. Con la bendición de su hermano, don Juan empezó a preparar la escuadra en Messina y a primeros de octubre de 1573 pudo zarpar hacia Túnez que fue conquistada en apenas unas horas. Ahora sí esperaba conseguir su reino, contaba con el apoyo del nuevo papa: Gregorio XIII quien sugirió a Felipe II la idea de que don Juan fuera nombrado rey, pero de nuevo los recelos de Felipe hizo que diera una respuesta negativa y Muley Hamet fue nombrado rey vasallo de España. Sin embargo, Túnez duraría poco en manos de España, en septiembre de 1574 volvió a manos turcas.


Tras esto, don Juan marcha a Madrid. A su llegada encuentra el cariño de un hermano siempre alerta pero también encuentra a un secretario: Antonio Pérez con más poder. Éste recelaba de las intenciones de Don Juan y para vigilarlo nombró a su mejor amigo: Escobedo, como secretario de don Juan. Pérez pronto vió como su amigo empezaba a ser más fiel al Austria que al mismo. Sería una traición que nunca perdonaría. Por otro lado puede decirse que las sospecha del secretario no estaban muy desencaminada pues don Juan quería un reino si o sí y esta vez pretendía conseguirlo casándose ni más ni menos que con la reina de Inglaterra: María Estuardo. Para ello de nuevo contaba con el apoyo del papa así como de los católicos ingleses. Pero Felipe II dejo el tema en el aire y don Juan de nuevo vería frustrado su objetivo.


La muerte de Requesens, gobernador de los Países Bajos, supuso un nuevo cambio de rumbo en la vida de don Juan. Éste que no quería verse envuelto en el "lío" de Flandes, tuvo que aceptar su nombramiento como nuevo gobernador, pues constituía una nueva oportunidad en el deseo e conseguir un reino. La situación de Flandes en esos años es totalmente caótica y a su llegada encontró con que los tercios, que llevaban meses sin recibir sus pagas, habían entrado en la ciudad de Amberes. Don Juan que llevaba instrucciones de mostrarse conciliador y a fin de que se le reconociera como gobernador decidió firmar el Edicto Perpetuo donde accedía a casi todo lo que pedían los flamencos.


Los años en Flandes fueron muy duros para el paladín de la cristiandad y héroe de Lepanto. Junto a la política de Flandes continuaba con sus planes de conquistar Inglaterra por lo que en 1577 envió a Escobedo a Madrid para que a través de Pérez consiguiera medios para invadir Inglaterra. Mientras tanto él iniciaba negociaciones con Guillermo de Orange, príncipe de los Países Bajos y principal enemigo y difusor de la leyenda negra de Felipe II (junto con Antonio Pérez). Pero de nuevo los planes del paladín se truncaron, la delicada situación de Flandes hizo que don Juan rompiera el Edicto en Julio de 1577 remplazando las tropas de Namur por alemanes y hacer volver a los tercios que se hallaban en Milán. Ello permitió una ofensiva militar y aunque consiguió que gran parte de los Países Bajos del Sur volverían a la obediencia del rey la victoria fue insuficiente. La falta de dinero impedía conseguir sus objetivos, para ello manda a Escobedo a Madrid, sin embargo Escobedo no regresaría con la ayuda necesaria, pues en 1578 fue asesinado en un asesinato parece ser que organizado por Pérez con la aprobación del rey.


La situación de Flandes y la muerte de Escobedo hizo que don Juan cayera en una situación de depresión que se agravó con su enfermedad , Tifus. Su estado de salud se agravó a finales de septiembre, estando en su campamento en torno a la sitiada Namur. El día 28 nombró sucesor en el gobierno de los Países Bajos a su sobrino Alejandro Farnesio. Escribió a su hermano pidiéndole que respetase este nombramiento y que le permitiera ser enterrado junto a su padre. Falleció el 1 de octubre de 1580. Le sucedió como gobernador Alejandro de Farnesio. Los restos de don Juan de Austria fueron llevados a España y reposan en El Escorial. Su tumba está cubierta por una estatua yacente de singular belleza que representa al finado ataviado con armadura, y como curiosidad hay que apuntar que por no morir en combate, está representado con los guanteletes quitados.


Como conclusión, he de decir que don Juan únicamente fue un instrumento a manos de un hermano que recelaba del poder que podía llegar alcanzar, no por conspiraciones, si no por sus propias acciones que le permitieron tener la admiración del pueblo y de grandes personalidades de la época que vieron en él un posible rey en diversas circunstancias, quizás sin Felipe II no hubiera encelado a su hermano, hubiera podido ser un gran complemento, pues don Juan tenía todo lo que a Felipe II le faltaba y viceversa.


Fuente: González Cremona, Juan Manuel: Juan de Austria, héroe de leyenda. Editorial Planeta 1994. Personalmente, recomendaría que buscaran otro libro acerca de Juan de Austria, yo he utilizado éste porque no he podido acceder a otros, si alguien conoce otro mejor por favor que me deje un comentario.

6 de agosto de 2009

Bastardos que merecían ser "Rey": Juan de Austria (Surgimiento de un Héroe: Alpujarras).

Se puede decir que el reconocimiento de Jeromín como miembro de la familia real, supuso un real y completo cambio de vida. Como dije Jeromín moría pero nacía Juan de Austria y es tan cierto como lo digo, pues enseguida Felipe II ordenó que Jerónimo pasara a llamarse Juan y que adquiriera el apellido que por derecho le correspondía: Austria. Además de todo ello se le instaló en la corte, se ordenó que le se diera el trato de Excelencia, aunque le correspodía el de Alteza, se le dió una casa y un servicio. Nombró jefe de su casa a Quijada quien siempre se ocupó de él. Poco después, Don Juan presentado "oficialmente". Cabe mencionar que para Don Juan, Felipe II fue siempre más que un hermano, fue un padre, severo y cariñoso, al que siempre quiso demostrar su valía tal y como más tarde veremos.
Don Juan de Austria completó su educación en la reciente Universidad de Alcalá de Henares junto con sus sobrinos el Príncipe Carlos de Habsburgo, heredero de la corona y Alejandro Farnesio, hijo de Margarita de Parma. Tuvieron como maestro a Honorato Hugo. Esta experiencia sirvó para que a los tres jóvenes estudiantes se creará un lazo de amistad que los acompañaría hasta el final de sus vidas.
En 1565 la escuadra del gran sultán turco Solimán sitiaba la isla de Malta, sede de la orden Hospitalaria de Jersualén y base principal de las naves cristianas en el Mediterráneo. Obviamente, Felipe II, el mayor defensor de la cristiandad, no iba a dejar pasar esta ofensa por alto y decidió formar una escuadra de socorro en Barcelona. Don Juan de Austria conmovido por la situación de los cristianos en Malta, suplicó a su hermano que le permitiera unirse a la flota, pero no recibió más que una cortante negativa. Sin embargo, esta negativa no frenó a Don Juan quien estaba ansioso por defender el cristianismo frente a los herejes y junto con Juan de Acuña y Juan de Guzmán escapó de la corte y se dirigió a Barcelona. Su desaparición fue rápidamente advertida y por orden del rey fue enviada una carta para que el bastardo regresara a la corte. Pero Juan de Austria siguió hasta Barcelona ignorando la carta de su hermano pero para cuando llegó la escuadra se estaba marchando. Don Juan intentaría alcanzarla por tierra pero una nueva carta de su hermano donde decía que perdería su favor si seguía convenció al bastardo para que regresara. Sin embargo, esta desobediencia sería considerada un acto heróico del bastardo que sería ahora visto con otros ojos por parte del pueblo, se consideraba hasta como un posible heredero dado que el príncipe Carlos no estaba muy en sus cabales. Cabe mencionar, que pos estas fechas, Don Juan empezaba a regodearse con los cortesanos entre los que destaca Ana de Mendoza- Princesa de éboli- quien ansiaba tener a Don Juan entre sus filas pues parecía que él estaba destinado a brillar. Fue gracias a Ana de Mendoza que Don Juan de Austria conoció a uno de sus grandes amores: María de Mendoza, obviamente tendría algunos más, pero parece que ella destacó sobre las demás. Fue la propia Princesa de Éboli la que facilitaba los encuentros y de dichos encuentros nació una hija: Ana de Austria.
En 1568 los descabellados planes del príncipe Carlos para huir y marchar a Flandes acaban con su encierro en sus propios aposentos al mismo tiempo que se le inhabilitaba para la corona, ese mismo año moriría de ina congestión. Este hecho afectó a Don Juan de Austria pues fue él quien delató los planes de su sobrino, por ello se puso de luto pero Felipe II le obligó quitárselo. También en ese mismo año sería nombrado Capitán General de la Mar y lo puso al lado de Alvaro de Bazán y Luis de Requensens. El 2 de Junio de 1568 el joven capitán marcharía de Cartagena para iniciar su singladura por el Mediterráneo. Ese mismo año también moriría la amada reina Isabel de Valois, Juan de Austria lloraría por ella pues siempre fue una amiga. Después de dos meses de retiro de la mar llegaron las noticias de la rebelión de los moros en las Alpujarras.
He de decir que la cuestión de las Alpujarras no es fácil de tratar y podríamos dedicar más de una entrada sobre ellos, sin embargo y de manera muy breve he de decir que dicha rebelión surgió tras renover un edicto que Carlos V había elaborado y que no había llevado a cabo. En dicho edicto se limitaban muchas de las costumbres propias de los moriscos (lengua, vestimenta, religiosidad)y éstos sintiendose ofendidos y presionados se marcharon a las Alpujarras donde Aben Humeya (Hernando de Córdoba y Valor) lideró la rebelión. Nada más enterarse de las noticias, Juan de Austria pidió ir a ayudar a las tropas cristianas de Andalucía y aunque no tenía experiencia, sin duda su presencia levantaría la moral. El 13 de abril de 1569 llegó don Juan a Granada. La política de deportación agravó la situación. Para lograr mayor efectividad, Don Juan solicitó a su hermano autorización para pasar a la ofensiva. El rey se la concedió y don Juan salió de Granada al frente de un ejército. A finales del año 1569 había logrado pacificar Guéjar y puso sitio a Galera. La situación se estancó: era una fortaleza difícil de tomar. Don Juan de Austria ordenó el asalto general, haciendo uso de la artillería y de estratégicas minas. El 10 de febrero de 1570 entró en la villa, matando a sus habitantes, hombres, mujeres y niños, y luego la asoló, sembrándola de sal. Marchó después sobre la fortaleza de Serón, en donde recibió un balazo en la cabeza, y fue herido Quijada, quien falleció una semana más tarde. Pronto tomó Terque y dominó todo el valle medio del río Almería.

En mayo de 1570, don Juan de Austria negoció la paz. En el verano y el otoño de 1570 se efectuaron las últimas campañas para doblegar a los rebeldes. En febrero del año 1571, Felipe II firmó el decreto de expulsión de todos los moriscos del reino de Granada. Las cartas de don Juan describen estos exilios forzosos de familias enteras, mujeres y niños, como la mayor "miseria humana" que pueda retratarse.