23 de septiembre de 2009

Felipe II, la personalidad del rey en cuyo imperio no se ponía el sol.


Queridos lectores, hoy vais a ser compensados, pues voy a poner una parte de la comunicación que ofreceré en Octubre en el Congreso Multidisciplinar de Ubi Sunt? que tiene por título: "Héroes y Villanos en la Historia", espero que os guste:





A pesar de que Felipe II negara a que se escribiera una biografía personal sobre su persona, son muchas las biografías no oficiales que se escribieron tanto en su época como en épocas posteriores, no cabe duda de que muchas de esas biografías son fruto de una mente provista de una gran imaginación, pero otras nos han proporcionado copiosos datos que nos permiten saber cómo era aquel rey al que o bien se amaba o bien se odiaba, pero que de un modo u otro no dejaba indiferente a nadie.



Se sabe que físicamente era un hombre débil y propenso a enfermedades, ya Gregorio Marañón diría de Felipe II que era un hombre “débil con poder[1], obviamente esta debilidad física no era culpa suya, o al menos no es su mayoría, y es que la naturaleza física depende de los padres y abuelos y en lo que a este tema respecta, Felipe II no podía pedir más, pues era hijo de padres primos hermanos, nieto de una loca (Juana) y hermano carnal de dos epilépticos. También poseía un carácter taciturno y triste, frente a hombres de su edad que solían poseer alegría, por el contrario era un hombre infatigable en el trabajo, era rey por derecho pero también de hecho, para él su profesión era ser rey y a ello se dedicaba de manera tenaz. Su fortaleza de espíritu le permitió superar cualquier debilidad física y como hombre destinado a ser rey recibió una educación acorde con ella, aunque fue una educación muy descuidada, pues a los siete años el futuro rey no sabía ni leer ni escribir, mientras que a los tres ya le habían enseñado a cazar[2]. A pesar de los educadores que pudiera tener (Juan Martínez Silíceo o Juan Ginés de Sepúlveda), su principal educador fue su padre, el emperador Carlos V a través de las Advertencias o Instrucciones que éste le mandaba en una copiosa correspondencia. Estos consejos o instrucciones penetraron en Felipe II, destacando el de la suspicacia y el de la desconfianza de los hombres, esto último se demuestra con el hecho de que fuera él personalmente quien revisara cada documento o que utilizara “espías” para que vigilara a sus hombres de “confianza”. Sin embargo, no todos los consejos fueron seguidos por el futuro rey y desoyó uno de los consejos que con más insistencia le transmitía el padre: el de conocer cada uno de los países que iba a reinar, al menos conocer su idioma. Sin duda alguna, Carlos V conocía las consecuencia negativas que podía tener no conocer el idioma del país que iba a reinar y, por ello insistió tanto en que su hijo Felipe se esforzara en ello, pero éste no logró aprender ningún idioma de los países que formaban parte de su dominio, de hecho sólo manejó con gran soltura el latín. Tampoco se molestó en ir a los países que reinaba, de hecho solo en dos ocasiones salió de España, una de ellas para viajar junto a su padre y la segunda para ir a Inglaterra para casarse con María Tudor. Pese a su precaria o descuidada educación política, ya desde niño se veía que Felipe era un hombre de estado y es por eso que, con tan sólo 16 años su padre le confió el gobierno de España mientras estaba ausente[3].

Era un hombre silencioso y grave, en la vida pública poseía dominio de sí mismo y el poder de disimularlo y de vencer el dolor físico y los sentimientos espontáneos que le acompañaron toda su vida. Temía parecer débil y es por ello que no cambiaba de opinión en público, ya que una vez que había tomado una decisión rara vez lograba nadie hacerla cambiar. Poseía una gran sencillez, fruto de su carácter y los rígidos principios que poseía, extremaba la sobriedad en la mesa, mostraba repugnancia a las diversiones tumultuosas como las corridas de toro o el teatro. En cambio prefería los espectáculos que ofrecía el Santo Oficio, presidió personalmente cinco autos de fe y lamentaba no poder asistir a más. Esa sobriedad y modestia le acompañaron también en el vestir. Estos “defectos” generaron un sentimiento de antipatía entre muchos de los que le rodeaban. Al contrario que su padre, amaba la vida sedentaria, era un hombre de gabinete y la vida doméstica reglamentada y tranquila. Poseía falta de espíritu bélico, cualidad que sí poseía su hermano bastardo Juan de Austria a quien amó y envidió con la misma fuerza. Felipe II rehuyó la guerra cuanto pudo y no participó personalmente en ninguna, aún así no la consideró como algo reprochable ya que la provocó siempre y cuando la consideró necesaria.

Como rey absoluto fue enemigo de las autonomías, imponía su dominio y su criterio. Cuidó su patrimonio como un regalo heredado no sólo de su padre, sino también de sus abuelos y de sus bisabuelos, y la guerra fue el mejor medio para conservarlo. No sólo logró conservarlo, sino también lo acrecentó –incorporación de Portugal-. Sin embargo, los historiadores han observado que carecía de un proyecto, de una serie de objetivos fijos para su política exterior, y aunque era muy difícil tener objetivos en la política del siglo XVI, Felipe II alcanzó menos de sus objetivos que la mayoría, ya que fueron más numerosas las derrotas que las victorias
[4]. En el gobierno siguió el consejo de su padre, desconfió de sus hombres y evitó caer en el favoritismo, le gustaba oír las opiniones de los hombres que le rodeaban pero se guardaba celosamente cualquier resolución. Sin embargo, el hecho de que le gustara rodearse de varios secretarios hizo que la burocracia fuera muy lenta y que las decisiones no se tomaran cuando se tenía que tomar.

Desde el punto de vista espiritual, Felipe II era un hombre excesivamente religioso, ya que su padre le había aconsejado tener a la religión como base para la política. Sin embargo, fue siempre un impedimento pues por ese motivo se negaba a negociar con herejes o tratar con rebeldes, lo que podía dar como resultado una victoria total o bien una derrota. Por otro lado fue un modelo de cristiano en lo más difícil y agrio que tiene para la naturaleza humano la práctica de los sacrificios. Practicó de forma rigurosa la caridad y poseía una sentimentalidad natural que se expresó en sus relaciones matrimoniales, paternales, y aún en las oficiales de su gobierno. Felipe fue muy cariñoso y atento con sus esposas e hijos, hecho que se demuestra en las cartas que enviaba a sus hijas. En esas cartas se manifiesta que las añoraba, pero también da a conocer detalles tan curiosos como que le gustaba oír el canto de los pájaros o las bromas de los bufones, detalles que mostraban el lado más humano del monarca. Era un hombre amado por sus mujeres, sus hijos, sus amigos íntimos e incluso por sus servidores, a pesar de que para el resto de sus contemporáneos fuera antipático. A pesar de todo, y aunque estas cartas reflejan su lado humano, también reflejan su mediocridad, el mismo Gregorio Marañón diría que las cartas parecían escritas por “un niño bueno pero no muy inteligente
[5].

Por último, cabe señalar como aspecto de su personalidad lo que algunos autores han señalado: su inclinación al esoterismo. Al parecer las primeras pruebas de las incursiones de Felipe II hacia lo más o menos oculto fue durante su estancia en Inglaterra donde se ha llegado a saber que se hizo trazar un horóscopo por John Dee, astrólogo oficial de la corte inglesa. También algunos testimonios de la época relataron al amor del monarca por la Alquimia y en su biblioteca personal se podía encontrar libros de toda clase entre los que destaca los del beato mallorquín Ramón Llul.



[1] Esta expresión no sólo hace referencia a su físico sino también a su personalidad.
[2] PARKER, GEOFFREY: Felipe II, Alizanza Editorial, Madrid, 2004 . P. 23.
[3] ALTAMIRA, RAFAEL: Felipe II, hombre de estado. Fundación Rafael Altamira, Alicante. 1997. P. 75.
[4] PARKER, GEOFFREY: Op. Cit. Pp 247-248.
[5] MARAÑÓN, GREGORIO: Antonio Pérez. El hombre, el drama, la época, Espasa-Calpe, Madrid, 1997. P. 326.
[6] G. ATIENZA, JUAN: La Cara Oculta de Felipe II. Ediciones Martínez Roca, Barcelona 1998. Pp. 27-34.





FUENTE:





ALTAMIRA, RAFAEL: Felipe II, hombre de estado. Fundación Rafael Altamira, Alicante, 1997.





G. ATIENZA, JUAN: La cara oculta de Felipe II. Alquimia y magia en la España del Imperio. Ediciones Martínez Roza, Barcelona, 1998.





PARKER, GEOFFREY: Felipe II. Alianza Editorial, Madrid, 2004.

1 comentario:

  1. Curioso blog este. Siempre es agradable que hay mas gente aparte de uno en esto de la divulgación histórica. Cuéntame como seguidor de tu blog a partir de ahora.
    1 saludo

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