26 de octubre de 2010

Verdaderos y falsos mitos de la Inquisición (II)

--> Las Verdaderas Razones.


El engranaje del secreto: Lo que chocó profundamente a los españoles en la implantación de la Inquisción fue el secreto en el cual eran mantenidos los detenidos desde su detención. Los acusados no sabían ni de qué eran acusados, ni por quién; no podían recibir visitas de los miembros de sus familias e incluso eran mantenidos separados unos de otros. El anonimato de los testigos les parecía a muchos una innovación escandalosa y de ahí que numerosas capitulaciones protestaran ante este modo de proceder inquisitorial.


La intención de este modo de actuar era clara. Y es que, al abrigo del secreto, la delación podía desplegarse y la Inquisición la animaba vivamente, haciendo de ella una obra santa, productora de indulgencias, incluso, garantía de salvación eterna. Se aceptaba a todos los delatores, fueran heréticos, excomulgados, infames, criminales, perjuros...Sólo se rechazaba el testigo del enemigo mortal del acusado, del que el español llama su "enemigo capital". Este modo de proceder podía convertir a la Inquisición en un medio de llevar a cabo venganzas personales.


A pesar de todo, este halo de secretismo que envolvía al acusado se transgredía o eludía más veces de lo que se cree, y esto podía dar una oportunidad a los acusados. Asimismo, la disposiciones podían ser tan precisas que reconstruían los recuerdos de los acusados y les permitían así identificar a los delatores. Se trataba, a partir de ahí, de demostrar que esos testimonios no tenían valor porque eran enemigos mortales del acusado.

La memoria de la infamia: Era insólita la reprobación que alcanzaba a los hijos de los condenados por el Santo Oficio. La reputación de infamia se vinculaba a todo un linaje, por lo que castigar a una persona suponía manchar a toda una familia.

La Inquisicón disponía de tres medios para cubrir de infamia a un hombre o a una mujer. El menos grave era la penitencia pública pues se producía en un momento dado y podía borrarse con el tiempo. Las otras sanciones eran mucho más graves porque duraban y continuaban manteniendo su eficacia al término de dos o tres generaciones. Los condenados podían ser obligados a llevar el sanbenito bien durante una ceremonia religiosa bien a lo largo de varios años, o incluso durante toda su vida. Posteriormente, se impuso la norma de colgar los sanbenitos en las iglesias en lugar de llevarlos a lo largo de la vida.

También podían ser condenados a la inhabilitación. Esto suponía que los descendientes de los condenados a muertes o de los condenados a prisión perpetua sufrían la incapacidad civil a semejanza de los propios castigados. Esto le impedía, por ejemplo, a acceder a un gran número de vocaciones religiosas y de profesiones entre otros muchos impedimentos no nombrados aquó. Asimismo, si habían transgredido la inhabilitación se les solía infligir fuertes multas.

La amenaza de la miseria: Ser castigado al destierro podría suponer la miseria del castigado. Es posible que no tuviera consecuencia sobre la persona que vivía de sus rentas pero era muy diferente para un comerciante, un tendero, un artesano o un labrador cuya actividad profesional y sus ingresos estaban relacionados desde hacía años con la misma ciudad, la misma clientela, la misma tierra.

El destierro era un castigo que se inflingía con facilidad por delitos menores como las blasfemias "heréticas", las conversaciones demasiado ligeras o la obstaculización a la acción de la Inquisición. El destierro perpetuo era muy raro pero incluso el de varios años o meses podía ser suficiente para condenar a familias modestas a insolubles dificultades económicas.

Asimismo, también la Inquisicón podía condenar a multas económicas y podía solicitar la confiscación de bienes sobre todo en casos de condenas a muerte. Estos dos castigos eran destinados sobre todo contra los conversos convictos de judaísmo y los moriscos mal convertidos. La voluntad de debilitar económicamente a las minorías religiosas en beneficio de los cristianos viejos era tan evidente como la necesidad de la Inquisición de procurarse nuevos ingresos.






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