1 de diciembre de 2013

El Monstruo como evidencia de la investigación anatómica.

Jean Méry.

Los monstruos siempre han despertado el interés de médicos y anatomistas mucho antes que de que se produjeran los primeros debates en las grandes academias y sociedades europeas. Un claro ejemplo podemos verlo en el cirujano francés Ambroise Paré quien en el siglo XVI escribió la que se convertiría en una de los obras clásicas de la teratología: Des monstres et des prodiges (1573), así como en la obra del médico español del siglo XVIII José Rivilla Bonet y Pueyo: Desvios de la naturaleza o Tratado de el origen de los monstros.... No obstante, y a pesar de este interés previo, el gran boom se producirá a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, cuando la anatomía, la disección humana empiece a despuntar y cuando las Sociedades y la Academias europeas empiecen a debatir temas tan espinosos como el de la generación humana.

La visión que se tiene del monstruo en el siglo XVIII es relativamente distinta a la que se tiene en épocas anteriores. Dentro del mundo de la medicina y, en concreto, de la investigación anatómica, el monstruo dejó de ser visto como algo raro, de hecho, la proliferación de monstruos a lo largo de la centuria hizo que se convirtiera en algo muy común. Esta proliferación se debió a que el monstruo era algo que se producía por desviaciones accidentales de la estructura normal, y el número de monstruos eran tan numerosos como el número de desviaciones. Asimismo, con el desarrollo de la disección humana, lo monstruoso no solo estaba en el aspecto físico exterior del ser humano, sino también en el interior. El incremento de seres deformes fue tal que hasta la propia Academia de las Ciencias de Francia se vio obligada a establecer una tipología implícita de monstruos en la que se dejaba a un lado aquellos que se caracterizaban por el exceso, falta o trasposición de partes para dejar paso a aquellos que se consideraban "únicos". Es más, se llegó a dividir a los monstruos en dos tipos, aquellos que mostraban una conformación extraordinaria aunque ya conocida por lo que no requería investigación, y aquellos que eran monstruosos no solo con respecto a lo que se consideraba normal sino también con respecto al resto de los casos anormales.

La proliferación de seres monstruosos hizo que el valor de los mismos no residera en su carácter único, pues ya no lo eran. El monstruo se convirtió en algo valioso porque servía en las investigaciones anatómicas y fisiológicas, y era tratado como cualquier otro procedimiento experimental.  Esta es la razón por la que las comunicaciones teratológicas de academias y sociedades europeas reflejaron la misma narrativa que rodeaba otras prácticas experimentales. Había varias razones por las que el monstruo se convirtió en modelo de investigaciones anatómicas: en primer lugar, carecía de los problemas éticos y pragmáticos que rodeaban las disecciones humanas; en segundo lugar, era visto como experimento de la naturaleza, y por último, podía ser usado como evidencia en el estudio de la anatomía humana.

Teniendo en cuenta este cambio en la visión del monstruo, resulta interesante el caso del anatomista francés Jean Méry. Éste formó parte de una discusión que tuvo lugar en la Academia de Francia en torno a la circulación de la sangre en el feto. Sin entrar en detalles sobre la discusión misma, Jean Méry utilizó tortugas y una serie de fetos monstruosos para probar su teoría. Por ejemplo, el cadáver de unas gemelas siamesas en 1692 le sirvió para probar el lugar en el que se producía la respiración fetal, asimismo en ese mismo año y gracias a dos fetos monstruosos pudo probar que el fluido sanguíneo del feto se producía desde la vena pulmonar a la vena cava. Y el 3 de Diciembre de ese mismo año pudo por fin probar, y gracias a la disección de otros fetos monstruosos, la inexistencia de la válvula en el foramen oval que tanto problema había causado en el debate sobre la circulación de la sangre en los fetos.

Aunque el caso de Méry es un buen ejemplo para explicar el uso de los monstruos como evidencia, éstos no solo fueron usados para explicar el sistema de circulación fetal, también se propusieron numerosas teorías en torno a la nutrición del feto. Asimismo, muchas comunicaciones teratológicas publicadas en la Academia de las Ciencias durante las primeras décadas del siglo XVIII sirvieron para probar la imposibilidad de la superfetación, o para determinar cómo se producía la circulación entre la madre y el hijo, o para distinguir las diferentes partes de la placenta o el corion, etc. 
 
En defintiva, el monstruo no solo fue estudiado por lo que que era, sino que también fue estudiado con el fin de explicar lo normal. Se convirtió de esta manera, en la excepción que confirmaba la regla. 

Fuente:

Moscoso, Javier: "Monsters as Evidence: The Uses of the Abnormal Body During the Early Eighteenth Century" en Journal of the History of Biology, nº31, p.355-382. 1998.

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