24 de enero de 2014

Si Rodolfo II de Alemania hubiera conocido a Pedro I de Rusia...


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Rodolfo II




... hubieran sido amigos si nos atenemos a las aficiones de ambos monarcas pues parecieron mostrar interés por el coleccionismo.

Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Romano Germano (1576-1612), quizás no haya pasado a la historia por sus dotes a la hora de gobernar, siempre melancólico, pero si que se le recordará por ser uno de los mayores coleccionistas de Europa. Una afición que le llevó a crear una verdadera Kunstkammer, un microcosmos donde albelgar los conocimientos del mundo. Un lugar donde se podía encontrar leones, guepardos, rinocerontes, piezas de artes, curiosidades de la naturaleza, etc. Pero también prodigios. El emperador mostró especial atención a los animales albinos, considerados como seres milagrosos, tales como un cuervo, una urraca y un ciervo albinos que provocar la admiración de los visitantes a la colección. Asimismo, poseía deformidades de la naturaleza tales como una pata de un gavilán con doce dedos, la piel de un cervato de dos cabezas, una codorniz con tres patas, un gusano de cuya cola brotaba una rama, etc. En los casos que no podía obtener prodigios reales, vivos o embalsamados, Rodolfo los hacia dibujar para que su colección fuera lo más completa posible. Entre las más notables representaciones se contaba el retrato de Pedro González y sus hijos. Éste, que había nacido en Canarias en 15444, sufría de hirsutismo -crecimiento anormal del vello por todo el cuerpo- y era considerado como una "maravillosa obra de la naturaleza". Como tal fue llevado a la corte francesa de Enrique II donde recibió una amplia educación, tras la muerte del monarca se marchó a los Países Bajos donde se casó y tuvo cuatro hijos, tres de los cuales heredaron su condición. Debido a ellos, la familia llegó a ser una celebridad internacional y fueron retratados en innumerables ocasiones por varios artistas de coleccionistas principescos. En todos los retratos aparecían como miembros de la nobleza pero con caras peludas como la de los animales. La niña en especial tenía el aspecto de un lindo gatito engalanado con ropas humanas. 

Lavinia González retratada por Lavinia Fontana,  1590


Pedro I, zar de Rusia (1682-1725), llevó su hobbie un poquito más lejos. En 1690 fundó un gabinete de monstruosidades en la principal farmacia de Moscú y no contento con ello estableció, mediante dos órdenes en los años 1704 y 1718, que cualquier niño nacido monstruoso fuera entregado a los pastores de la comunidad para que los enviasen al gabinete de Moscú o al de San petersburgo. Una orden que no sólo establecía severos castigos a aquellos quienes escondían a los seres monstruosos, sino que además ofrecía recompensas a aquellos que los enviaba, por ejemplo, se pagaba de tres a diez rublos por cadáveres animales o humanos y más de cien por monstruos humanos vivos. Hasta 1740, cuando la práctica parecía haber quedado en el olvido, al menos cien niños y adultos fueron transportados a St. Petersburgo: gigantes, enanos, hidrocéfalos y hermafroditas. Un ejemplo fueron Foma Ignatje -enano- y Bourgeois- gigante- que fueron transportados a uno de los gabinetes y si bien no estaban obligados a permanecer cerca, si que debían estar presente cuando el zar así lo deseara. Una vez muertos pasaron a formar parte de la colección sin más. Una situación cruel que no pasó desapercibida pues un diplomático alemán, Friedrich Wilhel von Bergholz, denunció el triste final de un monstruo que carecía de órganos sexuales externos, teniendo en su lugar un tumor con una apertura en el medio por donde expulsaba la orina. Esta persona había sido "importada" desde Siberia y su deseo de volver a casa fue rechazado a pesar de que estaba dispuesto a pagar cien libras por su libertad. Sin duda alguna, a Pedro I le tentaba más el poder del asombro que del dinero.  

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Pedro I, "el grande". 

Fuente: 

Belozerskaya, Marina: La jirafa de los Medicis: y otros relatos sobre los animales exóticos y el poder, Barcelona, Ed. Gedisa, 2008.  

Hagner, Michael: "Enlightened Monsters", en The sciences in Enlightened Europe. Ed. William Clark, Jan Golinski, and Simon Schaffer, University of Chicago Press, 1999. 

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